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El
movimiento obrero: origen, ludismo, sindicatos y cartismo
Orígenes del movimiento obrero
La conflictividad social no nació con la Revolución Industrial. En el
Antiguo Régimen era frecuente que estallaran motines provocados por la carestía
de los alimentos y la presión fiscal que soportaban los grupos populares del
Tercer Estado. Esas revueltas terminaban siempre con una dura represión, aunque
el poder procuraba compensarla con algunas concesiones. Pero la
industrialización trajo, además de la creación de una nueva clase –los
obreros-, nuevas formas de acción y conflicto social.
Las contrataciones y relaciones laborales se debían establecer de forma
individual entre el patrono y el trabajador, según las leyes del mercado de la
oferta y la demanda de trabajo. La concentración de un elevado número de
trabajadores en las fábricas y en los barrios obreros facilitó la movilización
del proletariado y la creación de organizaciones para defender sus derechos.
Los obreros comenzaron por destruir máquinas al considerar que eran las
causantes del desempleo pero, muy pronto la conflictividad social se encaminó
hacia la lucha por el reconocimiento del derecho de asociación, es decir, del
derecho a poder crear organizaciones estables o sindicatos para defender sus derechos.
La lucha se orientó, posteriormente, hacia la mejora de las condiciones
laborales: reducción de jornada de trabajo y aumento de los salarios. Además,
los trabajadores comprendieron que se podían alcanzar sus reivindicaciones si
conseguían el reconocimiento de sus derechos políticos: votar y ser votados y,
de ese modo, poder influir en la legislación y el gobierno.
Ludismo
La aplicación de los nuevos inventos de las máquinas textiles provocó
un claro empeoramiento de las condiciones laborales de los trabajadores: bajada
de salarios y aumento del paro. Estas destrucciones fueron duramente reprimidas
por el gobierno con penas de muerte para los autores. Acciones parecidas se
dieron en otros países europeos, incluyendo España.
Sindicalismo
Las asociaciones de trabajadores se formaron muy pronto; de hecho,
algunas fueron transformaciones de los viejos gremios a la nueva situación
industrial, pero todas las organizaciones estaban prohibidas, pues se
consideraba que iban contra la libertad de empresa y de contrato. En Inglaterra
se dieron las Combination Acts de 1799 y 1800, que prohibían explícitamente las
organizaciones de trabajadores. En Francia se aprobó la famosa Ley Le
Chapelier, por el nombre de su autor, en 1789, y que establecía el fin de los
gremios y la libertad de poder ejercer cualquier trabajo u oficio y la libertad
de empresa. También prohibía que se creasen organizaciones o asociaciones de
empresarios, artesanos u obreros.
Así pues, el derecho de asociación y reunión fue una de las primeras
reivindicaciones de los trabajadores, especialmente, de los británicos. En 1824
se consiguió que se reconociera este derecho en Gran Bretaña. Al calor de esta
ley se formaron las primeras asociaciones de trabajadores.
Las primeras organizaciones fueron las Sociedades de Socorro Mutuos,
que tenían como objetivo el auxilio de sus asociados ante los riesgos físicos
de enfermedad, accidente o muerte con fondos que provenían de aportaciones de
los asociados. A menudo, contaban, también con cajas de resistencia para
mantener a sus miembros en las épocas de huelga.
En el resto de Europa y Estados Unidos, el proceso de creación de
sindicatos fue posterior. Los sindicatos nacionales aparecen en la segunda
mitad del siglo XIX: en Alemania estaría la Asociación General de Trabajadores
Alemanes de 1863, en Estados Unidos se crea en 1886 la AFL (American Federation
of Labour), y en 1895 nace la CGT (Confédération Générale du Travail) francesa.
A finales del siglo XIX, la fuerza del sindicalismo es evidente, como
lo demuestran su lucha por la jornada de ocho horas y la celebración
reivindicativa en grandes manifestaciones del Primero de Mayo.
Cartismo
Es un movimiento de masas, cuyo auge se produjo entre 1838 y
1848, y que proponía conseguir los derechos políticos para los trabajadores. En el año 1838, la Asociación de Trabajadores de Londres, dirigida por
William Lovett, elaboró la Carta del Pueblo, en la que se reclamaba el sufragio
para todos los varones mayores de veintiún años, el voto secreto, elecciones
parlamentarias anuales, la abolición de los requisitos de propiedad para ser miembro
del Parlamento, la asignación de un sueldo a los parlamentarios y distritos
electorales equitativos.
El cartismo movilizó a la mayoría de los trabajadores y de las clases
populares con un objetivo político claro: la democratización del estado. La
primera petición al Parlamento que se hizo por el movimiento, se presentó en
1839, respaldada por más de un millón de firmas. El Parlamento británico
rechazó por tres veces las peticiones y el gobierno reprimió con dureza las
huelgas e intentos de insurrección de los sectores más radicales del cartismo.
El movimiento terminó por debilitarse sin conseguir sus objetivos,
pero, a largo plazo puede considerarse un éxito, ya que provocó que el estado
británico emprendiera un largo proceso de reformas laborales, como la
promulgación de una ley de asociación más favorable y aplicación de una
legislación limitadora de la jornada laboral femenina e infantil, así como
cambios políticos, ya que a lo largo del siglo XIX el derecho al sufragio se
fue ampliando a través reformas electorales periódicas.
Pero la importancia del cartismo reside, especialmente, en que anticipó
las grandes luchas políticas y sociales de los obreros en las últimas décadas
del siglo XIX, cuando se promuevan y funden partidos políticos socialistas.
Además, el cartismo demostró la capacidad de organización de los obreros en
torno a objetivos comunes: la mejora de sus condiciones a través de la lucha
política.
Por Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia Moderna y
Contemporánea. @Montagut5
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